Había
una vez un domingo que se despertó gris y con ganas de llorar, no se por qué.
Yo en cambio si lo recibí con un hambre de aquí a la luna, tampoco se por qué; pero
bueno, el hambre me lo quité con un huevo revuelto y dos tajadas de pan de
avena con miel de abejas y un vaso de jugo de naranja del de “De 1”. Después
del desayuno, la ducha y la empacada de la maleta, no necesariamente en ese
orden, arranqué en mi bicicleta con rumbo a la universidad, en donde me
esperaba el poeta de la educación física junto con el resto de compañeros, listos
para salir a navegar por los rincones ignorados de una ciudad asmática que
apenas puede respirar. La mañana aun era fresca, el viaje en bici a la
universidad fue bueno y ni se diga de la mona de indumentaria morada que
trotaba por la ciclo-ruta de la 65, estaba más buena que la pizza de anoche; ni
siquiera me dio rabia que ocupara uno de los carriles asignados exclusivamente
para bicicletas, antes le agradecí por tan bonito detalle de llevar un top que mostraba
su espalda adornada con pecas a la altura de sus hombros.
Llegué
a la universidad en una pieza gracias a la bendición que me dio mi mamá antes
de salir de la casa, y con el espíritu por las nubes, que por alguna razón se
mostraban moradas a la luz de mis ojos. La mayoría de compañeros ya estaban
expectantes, reunidos alrededor de un árbol de mangos que no tenía mangos. El
profe llegó poco después de mi y nos sentó a todos en un murito, quedamos como
formando una herradura pero con esquinas, como un cuadrado sin uno de sus
lados, escuchándolo, tan lírico como las hojas de los árboles que movía la
brisa, contándonos el objetivo del viaje; para qué es que nos íbamos a montar
todos en esa nave y por qué íbamos a rodar por la ciudad bajo esas nubes
moradas que no daban tregua, que amenazaban con estallar en llanto en cualquier
momento.
La
comuna 13 fue nuestra primera parada, llegamos a una cancha de arenilla que
apenas despertaba con las voces de chicos que cambiaban sus vestiduras en una
calle contigua; se vestían de verde, de ímpetu y de esperanza, dejaban a un
lado sus problemas y angustias para compartir con sus pares un momento
saludable en una cancha de fútbol lejos de las plazas, de sus barrios y casas.
Esta cancha se convierte entonces en una pócima mágica para la mayoría de
jóvenes que ahí juegan, un lugar en el que se cambian pesadillas por sueños de
campeón de la Liga Águila y una casa nueva para la cucha. En las tribunas de
esta cancha un solo espectador, un madrugador que salió a caminar para no hacer
mucho ruido en casa mientras los demás aun dormían, y se encontró con un
enfrentamiento entre verdes y azules, y ahí se quedó, en la fría tribuna de
cemento, en su cabeza, perdido en un partido que no ofrecía muchas emociones a
los que miraban desde afuera, únicamente a aquellos que calzaban guayos y
medias blancas hasta las rodillas llenas de arena.
La
nave volvió a prender motores y los 30 investigadores liderados por el poeta y
sus asistentes tomaron asiento en ella para continuar su expedición. El sol
nada que asomaba pero igual nosotros ya habíamos entrado en calor; la gente
pedía música desde sus asientos y el piloto nos regaló un reggaetón, alegría para
muchos y desgracia para otros; gracias a Dios por las ventanillas y los ojos de
investigador que se perdían en una ciudad que se iba llenando poco a poco de
caminantes que llevaban una hoja de palma en sus manos, para celebrar la muerte
y resurrección de aquél que lavó nuestros pecados, según proclaman algunos
ricos mentirosos que construyeron su “humilde” imperio por los lados de Roma.
Por los lados de la comuna 13 hay unas escaleras eléctricas que fueron donadas por
los japoneses ya que a nuestro gobierno apenas le alcanza la plata para
sostener las fincas de nuestros líderes, así que una limosnita por favor y arigato. Estas escaleras fueron nuestra
segunda parada. Antes de comenzar nuestro ascenso, nos cruzamos con una placa
polideportiva que era observada desde la puerta de una casa por un niño en
chanclas que pisaba un balón desinflado, es que en la comuna 13 hasta el aire
es escaso. Lo invitamos a jugar y el niño no lo dudó, saltó inmediatamente a la
cancha con sus chanclas y con su balón, y así jugamos hasta el dos dos.
Comenzamos nuestro ascenso por las empinadas calles del barrio al encuentro con
las escaleras; a medida que avanzábamos, los muros y las paredes se llenaban de
colores y fantasías, en cada esquina estaba el sueño de un artista que intentaba
transmutar la violencia de su hogar a través de un spray y un pincel. A esta
hora de la mañana ya habían señoras barriendo la entrada de sus casas y señores
tomando tinto (cerveza en el caso de los más osados) en las tiendas del barrio,
mientras hablaban con un vecino y esperaban a sus señoras que venían de ramo en
mano dispuestas a caminar detrás de un muñeco, quien sabe por cuanto tiempo. Llegaron
las escaleras, con techo y todo para que la gente no se electrocute cuando
llueve. Color naranja era el techo y parecía el núcleo de una onda circular,
como cuando uno tira una piedra a un lago o a una piscina y las ondas
circulares se expanden. En el caso de la 13 estas ondas son de todos los
colores y dejan su alegría plasmada en las paredes, en un intento por cubrir el
dolor de guerras pasadas y de mostrarse linda para cuando van los monos con
dólares en los bolsillos y cámaras en sus manos; las ondas se expanden colina
arriba y colina abajo, hasta llegar a lugares más llanos donde habitan gentes
más conservadoras que aborrecen el grafiti y los muros de colores, entonces la
onda se desvanece.
Siguiente
estación: Manrique y el parque de Guadalupe, ocupado por canchas de microfútbol
y de basket, por columpios y tolditos que venden gaseosa y mecato. Las canchas
ocupadas por los más jóvenes y fuertes, que juegan cinco contra cinco y gastan
cerveza al equipo ganador; los tolditos y las bancas aledañas las ocupan los
más adultos y sabios, que se la pasan tomando tinto y viendo pasar gente,
hablando del pasado y del presente, opinando de fútbol y del presidente: Santos
triplehijueputa. Los columpios se balancean con niños alegres que juegan a
tocar las nubes con sus pies, también con los versos de amantes adolescentes que
suben al cielo y vuelven con una sensación en el estómago que al parecer solo
desaparece con un beso. Además está el solitario, sentado solo en una banca
mirando pal frente, clavado en sus pensamientos comiendo mango con limón y sal,
pero ni el limón ni la sal, ni nadie en ese parque, parece tocarlo, su
expresión es plana, como si hubiera parqueado el cuerpo ahí para dejar este
mundo material con sus partidos de micro y sus viejitos tomando tinto, para
irse a volar quien sabe a donde, ojalá a lugares bien bonitos donde el sol se
muestra desde las cuatro de la mañana hasta las nueve de la noche, que en ese
lugar serían de la tarde.
Capítulo
tres: el Balcón de los Artistas. Pues la verdad el balcón no es muy grande, ni
tampoco los dos salones de baile, pero la labor que allí se desarrolla es
inmensa. El balcón del artista es un espacio para que bailen las almas y
transformen el dolor, la alegría y el sufrimiento en movimiento, por lo general
al ritmo de la salsa. Los niños del balcón cantan con su cuerpo, a moco tendido
como dicen por ahí. Con sus cuerpos cuentan sus amores, sus penas, sus sueños;
se muestran transparentes y se rinden al mundo entregándolo todo, nos dicen:
vea, este soy yo, vengo del barrio La Cruz y me llamo Jonathan, no le tengo
miedo a nada porque me muevo con el viento, simplemente me dejo llevar por él
confiando ciegamente en sus corrientes; con lágrimas y sudor lavo mis penas
para poder cruzar las puertas del paraíso, es que para entrar allá hay que
lavarse primero, y si llega bailando salsa lo dejan entrar por un ladino.
Por
último la nave hizo una parada en el circo de Medellín, a orillas del Cerro
Nutibara. Aquí le celebramos el cumpleaños número dos a Manuela y recreamos la
tarde disfrutando de cuerpos ágiles y flexibles, fuertes y expresivos, ligeros.
Al que le alcanzó la plata comió crispetas durante el show mientras que el
resto lo pasamos con el agua del vecino. Aprendimos otras formas de educar y recrear el
cuerpo, a través de las piruetas y los malabares, del baile, de la música, sin
necesidad de un balón.
Grandisimo Lucas,gracias por regalarme estos rato de buena lectura y gratos recuerdos
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